25 de septiembre de 2008

El Valle de los Caídos

Haciendo caso a las sugerencias de un buen amigo español me fui a visitar el famoso Valle de los Caídos, en las afueras de Madrid. Para animarme a ir me dijo: “tienes que verlo para que entiendas lo que pasó en este país”.

El Valle de los Caídos es el monumento más grande de los muchos construidos inmediatamente después de la guerra civil española, es ahí donde están enterrados los restos de Franco, dictador por casi 40 años, y de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Se encuentra en un paraje de la sierra madrileña conocido como Cuelgamuros, en San Lorenzo de El Escorial. El valle es un sueño, un sitio privilegiado desde donde se ve a lo lejos Madrid y otras provincias. Franco supo escoger muy bien el lugar donde levantar tamaña construcción de proporciones monumentales en la cual depositaría toda la carga simbólica de lo que su régimen representó.

Faltaban unos kilómetros para llegar al sitio cuando vi la inmensa cruz en el medio del valle. Me quedé boquiabierta. Si de ese tamaño se veía a lo lejos, no podía imaginarme de qué tamaño sería vista de cerca. Mi curiosidad se disparó. Cuando por fin llegué, no pude articular palabra.

Foto Damian Corrigan

La cruz tiene 150 metros de altura y 200 toneladas de peso. Se asienta sobre un templo que está excavado en la roca, de 260 metros de longitud y una altura máxima de 40. Frente a la entrada del templo está la explanada de 30.000 metros cuadrados, asentada sobre los 130.000 metros cúbicos de escombros generados al perforar la montaña. Hay que verlo para creerlo. Aquí se dice que el templo puede acoger a 24.000 personas, lo que le hace ser la nave más grande del mundo. Esa construcción faraónica se hizo con la mano de obra de los presos republicanos y hoy día se sabe que las condiciones en las que trabajaron esos hombres fueron inhumanas, aquello fue un campo de trabajo forzado.

Caminé un rato por la explanada tratando de comprender de qué se trataba el lugar donde estaba, me quedé absorta contemplando la cruz gigantesca que de pronto me pareció una espada clavada en la carne de los españoles víctimas de esos años terribles, reflexioné sobre mi propia realidad como venezolana, que no es trivial en estos días, y pensé que definitivamente el mundo se divide en dos grupos, aquellos que aman la libertad y aquellos que la temen y la combaten con cualquier forma de violencia.

Me dirigí hacia la entrada del templo y ahí, en la fachada, estaba una placa igual a la que permanece todavía en muchísimas iglesias de España que dice “Caídos por Dios y por España”. ¿Qué significaba eso? no tenía a quién preguntar, pero dentro de ese contexto no me fue muy difícil entender; aunque se empeñen en decir lo contrario, todo indica que a quienes se reivindica con esas palabras es a los caídos en el bando franquista, a los otros, los del otro bando, pues no, esos no están en la memoria de nadie.

Foto Feelmadrid.com

Foto Damian Corrigan

Foto feelmadrid.com
(Esta es la vista de la explanada y el valle desde la base de la cruz)


Entré por fin al templo y lo primero que vi fue dos enormes ángeles con sendas espadas en la mano. Esas figuras presagiaban lo que venía a continuación, la simbología está clarísima, aterradora. Luego comienzas a caminar un pasillo de dimensiones impresionantes que penetra hasta las entrañas de la montaña. A cada lado, en lo alto, ya llegando al altar, están las figuras más siniestras de todas, unos enormes hombres de piedra con la cara cubierta por una especie de túnica. En un primer momento pensé que eran los apóstoles o qué sé yo, pero luego cuando me detuve a ver me di cuenta de que no eran santos sino soldados, sin exagerar, me estremecí, sentí miedo, aquel lugar me pareció siniestro. En uno de los costados había una capilla con el cuerpo de Cristo, entré y no fui capaz de arrodillarme, no pude decir una oración, sentí el alma de piedra y me di cuenta que tenía la piel de gallina.

(Este es uno de los ángeles de la entrada, las diminsiones son enormes)

(Figuras así flanquean la llegada al altar donde está Franco enterrado, ¡qué culillo!)

(La basílica excavada en la roca, al fondo el altar y la tumba)

El Valle de los Caídos es el símbolo del régimen franquista con todo lo que ello implica, el golpe de 1936, la victoria franquista en la Guerra Civil, la Dictadura, Franco y el Franquismo. Y pienso entonces en la persecución política, la censura, el miedo, el control, y no como algo abstracto, lejos, en otro país, en otra época, sino como algo muy real y cotidiano y no puedo más que sentir horror. Las ideologías impuestas a sangre y espada, en toda su gama, de izquierda a derecha, han acabado con la vida de millones de seres humanos en el planeta.

(Perdí la info de esta foto, original de un fotógrafo francés, tomada en el lugar, si alguien sabe agradezco la información)

Pero lo que más me perturbó de la visita es que no puedo entender cómo la Iglesia Católica en pleno siglo XXI, a estas alturas de la historia de la humanidad, después que el fascismo y el nazismo arrasaran con Europa hace apenas setenta años, que los derechos humanos están más que nunca sobre el tapete, no sea capaz de sentar posición levantando su voz para despojar del título de basílica a lo que debería ser un mausoleo solamente y no un templo de oración. Entrar allí es como viajar en una máquina del tiempo y regresar a la Santa Inquisición. ¿Cómo carajos rezar en un sitio escalofriante y siniestro como ese? ¿Cómo recibir la comunión ahí dentro? Es que no se necesita saber nada de nada de la historia para sentir la mala vibra que ahí se respira, para sentir la anulación del ciudadano como ser social, de solo imaginar entrando al féretro de Franco y los fanáticos delirantes con la mano derecha levantada con el saludo hitleriano, (que bien pudieran ser comparables con los islámicos suicidas de hoy que quieren imponernos su visión de la vida a cualquier precio), se me paran los pelos de punta, y lo peor es que esos actos políticos continúan haciéndose cada año cuando se conmemora la muerte del dictador y grupos de nostálgicos regresan al lugar a gritar sus consignas lo que hace imposible librar el monumento de la carga política. Y política y rezo, conmigo, no va.

Ahí es donde se equivoca la Iglesia, quieren estar bien con Dios y con el diablo, y eso le resta fieles cada día, por mi parte, una vez más me he sentido defraudada por la inconsistencia del discurso, por su doble moralidad.

Salí de ahí asombrada, conmovida al reflexionar sobre lo que sucedió en aquellos años trágicos en ese país maravilloso, en lo que sucede hoy en el mío y deseé que un rayo de cordura y sensatez iluminara a los hombres de Estado del mundo moderno y a las sociedades para que no permitan que un régimen con pretensiones dictatoriales se enquiste en el poder por años.