Tengo varios días tratando de ponerme en el zapato de todos los
involucrados en esta historia, y está peludo.
Llegué al aeropuerto de Maiquetía el
lunes pasado en la mañana, tomaría el vuelo de Avianca a NY vía Bogotá. En la fila frente al mostrador estaba un
grupo aproximado de 15 muchachos con sus instrumentos, como la música es mi
oficio predilecto no aguanté la curiosidad y les pregunté dónde iban a tocar,
uno me respondió, -somos del Sistema
y vamos a tocar en el Carnegie Hall en Nueva York,- Ahh! Qué bien, -¿Y quién
los va a dirigir? –Gustavo, -ahh, qué bueno. Ahí comenzó mi hígado a
avinagrarse.
Como un relámpago, lo que me vino a la mente fue la conversación que tuve
con mi amigo “L” precisamente el día anterior al viaje. “L” es mi amigo músico
que, por cierto, es profesor de los niños de “El sistema” en Guatire. “L”
es un pianista de esos que brillan a mil kilómetros de distancia, un muchacho
que de tener oportunidad sería un “rockstar” del piano clásico y jazzístico, ha
ganado premios de composición dentro y fuera del país y que quiso viajar en
Junio pasado a un concurso internacional al que fue invitado a participar pero luego
de mucho bregar en las oficinas públicas no consiguió patrocinio y no pudo
asistir, es decir, no asistió él, no asistió Venezuela pues. Todo eso me lo
contó con una profunda frustración y tristeza, por supuesto también conversamos
sobre las penurias para conseguir alimentos, medicinas, repuestos, en fin,
todas esas dificultades que son las mismas de los que vivimos en esta tierra
arrasada por el despropósito. Al
terminar la visita telefónica no pude retener las lágrimas.
Y llegamos a Bogotá y se bajaban del avión los muchachos del Sistema con sus instrumentos al hombro,
y yo ahí, rumiando mis sentimientos encontrados, pensando en éstos músicos que evidentemente
tienen trato preferencial en nuestra sociedad hoy hambrienta y desintegrada. ¡Qué bueno que estos jóvenes tienen la
oportunidad de llevar la música al mundo entero!, pero no hay dinero para pagar
a los jubilados ¡Qué maravilla que estos muchachos pueden desarrollarse
profesionalmente!, pero mi pana no consiguió un centavo para viajar a su
concurso, ¡Qué orgullo que estos talentos pueden decirle al mundo que son
venezolanos!, pero Venezuela se cae a pedazos, no hay alimentos, no hay leche
para los recién nacidos, no hay con que pagarle a los maestros, no hay
medicinas para los enfermos de cáncer, no hay medicinas psiquiátricas, no hay
nada y lo que hay cuesta millones, estamos en una grave crisis humanitaria, la
gente, literalmente, se está muriendo de hambre, de mengua y de bala, los venezolanos
hoy son zombies que comen de los basureros, pero ¡qué maravilla! Gustavo los va a dirigir. En el Carnegie
Hall.
Ya en Nueva York esperado las maletas no me pude aguantar más. -Pana, dime
algo, ¿Y quién paga por el viaje de ustedes? Bueno, eso lo paga una compañía de
managers internacional (o algo así le entendí) que está en Londres, -Ahhh, que
está en Londres, respondí, -y me imagino que fondeada con dinero venezolano, le
pregunté. La respuesta del joven músico
fue inentendible, me quedé esperando por una respuesta clara y convincente.
Ojalá alguien me dijera que sí, que ese viaje y tantos otros no salen de
las arcas quebradas del Estado venezolano. Pero no, Gustavo ha hecho un buen trabajo como propagandista del régimen y
eso se lo pagan bien.
De verdad que quisiera que alguien me asegurara que ese dinero con que estos
chicos viajan no sale de la medicina del cáncer que los niños no recibieron, o
de la lata de leche que el bebé no pudo recibir, o de las medicinas que no llegan
a los pacientes de los hospitales psiquiátricos del país… Estoy esperando que
alguien me diga.
Ayer me sorprendí cuando veo en el New York Times un artículo de Zachary
Woolfe en donde dice algo que siempre he pensado y defendido
“La clave para los oyentes contemporáneos es mantener no sólo nuestros
oídos abiertos, sino también nuestros ojos.
No hay tal cosa como la cultura apolítica”
(negrillas mías)