Todavía recuerdo aquella serie de televisión de finales de los años setenta donde la grabadora que le dictaba la misión a cumplir al detective se autodestruía y salía humito y todo.
Así mismo veo a la Iglesia Católica en estos últimos tiempos echando humo, con las tuercas flojas, derrumbándose poco a poco en una loca carrera de autodestrucción.
Los estrategas de la no muy santa institución calcularon mal, escogieron el camino equivocado y ahora la bomba les ha explotado en la cara.
Jamás puede el silencio y el encubrimiento de hechos atroces que han destrozado miles de vidas, pagar dividendos.
El horrible escándalo en que se ha visto envuelta la Iglesia por el abuso a menores y peor aún, el encubrimiento de estos hechos por parte de obispos y hasta del propio Vaticano, es imperdonable. Estos crímenes son castigados penalmente y constituye un agravante que el agresor sea un pariente del menor o que la víctima se encuentre a su cargo para educarle, cuidarle o protegerle.
¿Por qué callaron el horror por tantos años? ¿Por qué escogieron mirar al otro lado? ¿Pensaron que nunca se sabría? ¡Qué pifia tan grande!
Me escandaliza y me frustra que la defensa que hacen sea un argumento tan mezquino y débil mental como que el porcentaje de sacerdotes pederastas en una institución tan grande es mínimo, que para dos mil años de institución es poco, que comparado con los casos de abuso a nivel mundial es casi nada. ¿Qué clase de respuesta es esa? ¿cómo minimizar algo tan grave, tan atroz, con un argumento así? La única respuesta válida que queda ahora es admitir que se han equivocado, bajar la cabeza y emprender una enérgica y vigilante cruzada para que cosas así no vuelvan a suceder.
A los que somos católicos culturalmente, el catolicismo nos marca a fuego una serie de cosas de las que es imposible escapar, da lo mismo ser creyente o no, el código genético católico siempre estará allí y no se puede escapar a él. Me supongo que pasará lo mismo con todas las religiones, en lo personal, las desilusiones a través de los años se van amontonando y a estas alturas de mi vida ya no me interesa pertenecer a un club donde las normas y reglamentos son francamente dudosos. No necesito de los sacramentos para tener una vida espiritual plena, para sentir la gracia de estar viva, nadie tiene que recordarme mis responsabilidades para con mi familia y la sociedad, eso lo aprendí en mi casa y decidí con libertad practicarlas y trasmitirlas a mis hijos. La Iglesia Católica poco ha tenido que ver en esa labor, al contrario, su presencia dura e implacable siempre me hizo sentir señalada como la oveja negra del rebaño sólo porque mis padres cometieron el grave pecado de divorciarse y rehacer sus vidas con otra pareja, por ello, desde ya arden en vida, en la última paila del infierno.
Mientras tanto, todos miraban a otro lado cuando el crimen más horrendo contra una criatura indefensa se cometía.
Hay que joderse, de verdad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario