Las noticias sobre el rescate de Ingrid Betancourt y los demás secuestrados son las únicas que por lo último me regresan a leer las páginas de los periódicos venezolanos.
No es que haya decidido vivir en las nebulosas haciendo un ejercicio de escapismo a la realidad que nos asfixia, pero para qué negarlo, me he alejado de la noticia a fondo en el día a día. Es triste y frustrante ver que no hay una buena nueva sobre el territorio venezolano que inspire, ilusione, que nos haga pensar en un futuro mejor, todas las actividades constructivas que realizamos individualmente los venezolanos, las hacemos definitivamente por fuerza, riqueza y testarudez interior, por un no dejarnos vencer por este aluvión destructor que nos amenaza día a día como el tic tac de una bomba.
El editorial del diario El Nacional de hoy (06-07-08) no puede se más elocuente, “…somos una sociedad en la que la violencia impera, desde el discurso político de los más altos niveles hasta las expresiones de la calle. No hay un discurso que no sea amenazante, una palabra que no sean las de la ira. Se apagaron las sonrisas, de ellas no quedan vestigios, el buen humor, incluso, esta desterrado del alto poder como una herejía. En un país de estas características, nadie debe extrañarse que la violencia se haya convertido en una de las ordalías habituales en que transcurre la vida de los venezolanos… Cualquier medida gubernamental que se tome, se dicta fatalmente como castigo y por lo general, viene acompañada del escarmiento adicional de las palabras. La violencia esta instalada en nuestra sociedad….”
Las noticias sobre la liberación de Ingrid y los 15 secuestrados en cambio destilan esperanza de paz, profesionalismo por parte un cuerpo militar orgulloso, garante de la libertad y la democracia de su país, me estremecí cuando oí cómo decía en forma dramática uno de los rehenes en el video de la liberación “yo soy el Teniente Malagón, del Glorioso Ejército Nacional de Colombia” glorioso, sí.
Recordaba entonces el primer curso de Instituciones Políticas en la escuela de Derecho donde me gradué, cuando la profesora Carmelina nos enseñaba que la verdadera misión de un Estado para con sus ciudadanos era la protección, la seguridad, esa era su razón primaria. Al menos en esos tiempos, hoy parece no serla ya.
Por eso regreso a los periódicos, a la tele, a impregnarme de buenas noticias, de esperanzas aunque estas sucedan en el país de al lado, y pensando en voz alta, quizá ellas también, en el mediano plazo, nos traigan algo bueno a nosotros los venezolanos de bien tan necesitados de una luz al final del túnel.
6 de julio de 2008
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