21 de junio de 2010

La vida sin música


Recién cumplía los veinte años cuando una tarde de viernes me llamó cierto chico para invitarme a cenar, yo cual veinteañera ilusa, soñaba en salir con él, era una especie de príncipe azul, alto, de ojos claros, de finos modales, bien vestido. Me sentía la elegida de un concurso millonario o algo así.
Haciendo despliegue de sus dotes de galán, me llevó a un buen restaurant donde cenamos rico, tomamos vino y hablamos de todo.
Pero a medida que la conversación progresaba, el encanto se fue desvaneciendo, llegando al clímax de la decepción cuando me dijo que él no escuchaba música, que no le gustaba, que jamás había comprado un disco y que lo más nuevo que había en su casa era un disco de Aznavour del año 67 que pertenecía a su papá. "...pe, pe, pero, y cuando vas en el carro, ¿ni siquiera prendes el radio?"
-"No, ¿para qué?" -
Ahí, el príncipe se convirtió en sapo y más nunca lo volví a ver.
Pobrecito, le he debido dar alguna explicación, pero pensé que no me entendería si le decía que para mi la vida sin música es como un arcoiris de un solo color.