por Angel Rivero
A las dos de la madrugada del último 4 de febrero, un insoportable olor a excremento canino despertó a todo el mundo en el palacio. El olor nauseabundo proveniente de la alcoba nupcial que nunca ocupó su primer dueño y convertida en relinchadero ocasional, del actual inquilino se extendió por todas las instalaciones. Salió a la calle e hirió el olfato de la guardia externa, pero no el de los escasos madrugadores que transitaban a esa hora por la Avenida Urdaneta.
Por supuesto, la fetidez despertó también al inquilino mayor, quien se olfateó las manos, brazos y axilas y hasta la ropa que llevaba puesta la noche anterior buscando el origen del pestilente olor.
En un arranque de aprensión, el somnoliento inquilino mojó en saliva uno de sus meñiques y lo restregó en su brazo izquierdo, para oler si era él el de la mala suerte. Al comprobar asqueado que el olor a excreta perruna le brotaba por los poros desde el interior de su cuerpo estalló en improperios y escupitajos, culpando a otros -como siempre- de la asquerosa embarrada
-¡Coño, quién me habrá embarrado de mierda de perro! –gritó, furioso en su habitual lenguaje vulgar.
Sin poder contener la náusea, se fue en vómito mientras corría desnudo a zambullirse en la bañera rebosante de esencias orientales, de Las Mil y Una Noches, regalo póstumo de su amiguito Saddam Hussein. Pero el olor seguía allí.
Sus edecanes dejaron de frotarlo y lo sacaron de la bañera cuando lo convencieron de que su cuerpo estaba en carne viva porque, mientras más lo frotaban, más se estimulaban los poros y expulsaban mayor cantidad de pestilencia. Los atribulados edecanes optaron, por bañarlo en perfume y así apenas lograron atenuar la pestilencia y sus propias ganas de vomitar cuando comprobaron que su sudor se había contagiado del olor de la travesura canina.
El Inquilino se alarmó y pasó de la furia a la preocupación al enterarse que: el olor de la jaula de mascota, en la que se había convertido su cuarto estaba impregnado, no sólo en las cortinas, los muebles, la cama, las botas y uniformes militares de jugar a la guerra, en las boinas de las rendiciones, en las franelas rojas del populismo y en su detestable ropa del mundo civil, sino también en el sudor del personal del palacio y en todo lo que oliera a pensamiento revolucionario.
A la 9 de la mañana entró en pánico cuando le informaron que la pestilencia había atacado a su estado mayor, al Tribunal Supremo de Justicia en pleno, a la fiscal, al contralor, a los diputados de la Asamblea Nacional; incluidos los disidentes, a los alcaldes y concejales afectos al gobierno en todo el país, a los poderes regionales y sus acólitos, al CNE, al cuerpo ministerial, a los altos y medios dirigentes del PSUV, a dirigentes y militantes del perraje de base más fanáticos. A los revolucionarios bolivarianos más consecuentes, en el impulso de los cinco motores del socialismo del siglo XXI y a todo lo que en Venezuela oliera a fervor chavista y a cuartel.
La rápida expansión de la fetidez hizo pensar al inquilino de palacio en La Gripe Española, la terrible pandemia que dejó miles de muertos en el país en 1918 y aterrorizó a Juan Vicente Gómez, por el miedo a que la muerte lo apartara del poder.
Iguales temores lo asaltaron cuando alguien le sopló que en la Asamblea Nacional, los periodistas del Canal 8, Teves, Radio Nacional, VEA, el Canal de la Asamblea y de todos los medios oficialistas, también habían sido atacados por la perfumada pandemia revolucionaria. Menos los colegas de Globovisión, RCTV, ni ningún otro periodista que cubría la fuente, para los medios no afectos al gobierno.
Como tampoco se contagiaron, los 20 mil despedidos de PDVSA, la gente que votó por el Si en el referendo de 2004, los votantes contra la reforma constitucional el 2D de 2007, quienes gritaron ¡No más FARC! Los que saquearon Mercal en Sabaneta, los que protestan por la promesas incumplidas y los familiares de quienes mueren diariamente, a manos del hampa.
-¡Ahí está el responsable y sus lacayos! –gritó, el inquilino con la voz desfigurada por el pañuelo que le apretaba la nariz. Y así lo informó al país en cadena nacional, en presencia de los medios internacionales de comunicación.
-¡Quiero denunciar ante el mundo que esta es una asquerosa pandemia sembrada por el imperio -con el apoyo de los traidores a la patria- que está dirigida a la destrucción de los verdaderos patriotas y de la revolución bolivariana!
En cuestión de segundos, la noticia dio la vuelta al globo y los periodistas de todos los países del mundo coincidieron, por unanimidad, en un sólo titular:
EN VENEZUELA, QUIEN NO ES TRAIDOR
A LA PATRIA ES MOJÓN DE PERRO
El heroico periodismo venezolano había sido vengado.
19 de febrero de 2008
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3 comentarios:
el heroico periodismo venezolano ha sido vengado...
¿cuál?
¿Será el periodismo de chisme y farsa?
Buen artículo. Me recuerda a "El otoño del patriarca" de García Márquez, cuando describía -como nadie- la soledad del poder absoluto, la fetidez que le rodea, la crueldad, la podredumbre, la falta de piedad, la idiotez del pueblo que lo consiente, el egoísmo extremo y la locura. Sé que a muchos no les agrada precisamente este autor, pero lean este libro y verán muchas cosas que les son familiares. Lo bueno es que el patriarca venezolano, como el dictador de la novela, está en su otoño, contando los días.
¡¡Maravilloso éste escrito!! A tal punto, que "creo" que está sucediendo en éste momento...Gracias a Dios, el final de ésta pesadilla se acerca...
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