20 de abril de 2008

Naufragio


Al viejo marinero una poliomelitis infantil le había dejado una pierna quebrantada, pero no hasta el punto que le impidiera caminar con una cojera en cierto modo muy elegante. Estaba enrolado en una barca de pesca, que faenaba por las aguas placenteras del mediterráneo y pese a este quebranto era el marinero más apreciado por el patrón. En el bar de pescadores un día le hablé del capitán Acab. Le dije que este personaje, siendo también cojo, se enfrentó con gran coraje a una ballena asesina y se convirtió en un héroe de la literatura universal. "Yo sólo me peleo con salmonetes y a lo sumo con alguna gamba" -exclamó el viejo marinero para rebajar la conversación al nivel de la cazalla que estaba tomando. Este hombre, con los años, había terminado por incorporar la cojera a su personalidad como un signo de distinción e incluso se podía pensar que estaba orgulloso de tener una pierna más corta que otra, pero un día las cosas se le torcieron de verdad. Durante una jornada de pesca se produjo una tempestad y la barca naufragó, aunque el viejo marinero consiguió agarrarse a un madero y así se mantuvo a flote varias horas hasta que fue rescatado por un mercante de bandera alemana. A bordo le exploraron el daño que pudo haber sufrido su cuerpo. Dos alemanes comenzaron a tirar con mucha rudeza de su pierna mala tratando de igualarla inútilmente con la buena. "¡Dejadme, que yo soy así!" -gritaba el viejo marinero una y otra vez sin que los socorristas comprendieran el significado de sus alaridos. Ellos pugnaban por encajarle los huesos con un interés denodado. "¡Soy así, estoy mal hecho, dejadme!", gemía el náufrago entre blasfemias de dolor. Finalmente los alemanes consiguieron destrozarle la pierna hasta dejarla inútil por completo y desde entonces el viejo marinero ya nunca fue el mismo. Perdió la gracia personal que tenía al caminar y dada su edad avanzada creía, según me dijo, que ya no le quedaba tiempo de incorporar este nuevo quebranto a su vida hasta convertirlo en una forma de elegancia. He pensado muchas veces en este viejo marinero. Las heridas que se arrastran desde muy lejos envueltas con los años son las que nos definen siempre y al final nos permiten alcanzar la dignidad en medio del naufragio.

Por Manuel Vicent

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