29 de junio de 2008

Caer en La Tentación



Tarde de domingo. A las puertas del Carnegie Hall. Temperatura casi veraniega y una brisa húmeda y marítima que ha llenado de escotes la noche y de tacones las aceras. Hay que contar con que algunos americanos han entrado en la estación de las bermudas, y algunas americanas, en la de las chanclas, y no se desprenderán de ellas ni aun asistiendo a un concierto nocturno, pero con el tiempo he descubierto que aquí, al contrario que en esa Europa del "donde fueres haz lo que vieres", hay que marcar continuamente el propio estilo. A mí me educaron para maquearme cuando piso un teatro y así lo hago. Por respeto. Vamos a la sala pequeña del Carnegie a escuchar a un trío de jazz muy prometedor, pero a mí se me van los ojos detrás del gentío que se amontona en la puerta principal. Sí, yo quería ir al otro concierto, pero cuando llamé para reservar las entradas se me habían adelantado tres mil quinientas personas. Yo quería ver a João Gilberto. Al viejo de setenta y siete años que en vez de fans tiene fieles. Yo soy de su parroquia. Quiero ir a verlo desde siempre, desde aquellos años ochenta en que su voz y su guitarra irrumpieron en mi vida, y tuvieron un efecto curativo, simplificaron mis gustos musicales y los sofisticaron a un tiempo. Es una enseñanza de la madurez: lo sublime siempre es sencillo. Pues bien, mientras nos abríamos paso para llegar a nuestra sala, un negro con diente de oro y sombrero de charlatán me susurra al oído que tiene una entrada. "Cien dólares", dice. Me encojo los hombros y tiro para adelante, bah, no, ya lo escucharé en los discos, al fin y al cabo, como tantos ciudadanos del mundo, me estoy quedando sorda gracias al iPod y ya casi no distingo el vivo del grabado. Me digo esto para conformarme, porque la reventa siempre me sugiere algo de trampa, de inmoralidad. Pero él, mi marido, dice: "Espera un momento". Lo veo cruzar la calle en dirección a un cajero. El negro me ronda, como el diablo, "no te lo pierdas, es mi última entrada". Un viejo se me acerca: "¿Así que va a comprar usted la entrada? ¿Y sabe cuál es su valor real?". "No, no lo sé", le digo como si me estuviera interrogando la voz de mi conciencia. "Ah", me dice, "pues ésa es la pregunta que usted debería hacerse, señorita, antes que darle dinero a un estafador". El negro interrumpe: "Eh, cállate, tío, déjanos en paz". Otra abuela interviene: "Mira, chica, eres cómplice de un timador". El negro, faltón, chorizo, me toma del brazo, con una familiaridad inquietante, y me dice al oído: "No hagas caso, estos putos judíos no se gastan un duro en nada y no quieren que nadie se lo gaste". La escena está entre Ley y Orden y Saul Bellow. Mi agobio ante semejante dilema moral se diluye cuando él regresa del cajero y le pone los cien dólares en la mano. Luego me da un beso y me dice: "Te puedes permitir esta tentación. Al fin y al cabo, ¿qué son cien dólares ante los tres mil euros que costaba la reventa de José Tomás?". ¡Ja! Entro en el teatro arrastrada por la multitud. Subo un piso, otro, tres más. Mi asiento está ladeado. Es humillante, estoy por arrepentirme. Los viejos tenían razón, ¡cien dólares por esto! Qué timo. João Gilberto es ese ser microscópico que camina hacia la silla. El público americano, siempre ruidoso, se levanta, como se levantan los fieles en misa. Sin mediar palabra, el hombrecillo comienza a tocar Dolarice y el público calla. Nunca he presenciado un silencio tan poderoso. Esa canción, diminuta como él, ligera, les ha dado tanta alegría a mis horas solitarias que la distancia entre el músico y yo se acorta. Siento, exactamente, la emoción del tiempo. El público casi ni respira. Bien saben sus seguidores que si el músico oye demasiado ruido cogerá su guitarra y se largará. De Gilberto hay que escuchar hasta la respiración. Cuando los técnicos de sonido han querido borrarla de sus discos, él protesta: "No comprenden que detrás de la música hay un ser humano". Lo he leído en el libro Bossa Nova, que, casualidad mágica, me llega hoy, con una nota cariñosa del traductor, José Antonio Montano. El libro cuenta, en gran parte, la vida del muchacho raro de Bahía, que empezó cantando en grupos corales, para inventar luego esa forma susurrante de cantar, que consistía en convertir el canto en voz que cuenta. Decía Frank Sinatra que él sólo era capaz de cantar como Gilberto cuando estaba afónico. Huraño, desastroso, apalancado en casa de amigos que acababan echándole desesperados. Ahora vive en Río, pero me gusta imaginármelo en sus años del Upper West, mi barrio, diciendo "Me no speak english" cada vez que se le acercaba un desconocido. Un cronista brasileño dijo que João era el único brasileño que había aprendido inglés con Tarzán. Caprichoso y genial, misántropo, anómalo. Su voz mantiene el timbre juvenil, pero ahora está cargada de nostalgia. Es la voz juvenil de un anciano. Las canciones son las mismas que cantó cuando era un don nadie, o aún más lejos en el tiempo, en su barrio, del que a lo mejor no ha salido jamás. Como Dolarice, que yo les receto a ustedes para curar la melancolía. A mí me sirvió tanto que, cuando salgo del teatro como se sale del sueño, le digo a quien me espera: "Tenías razón, si no te dejas caer en la tentación, ¿para qué vivir?".

Elvira Lindo

15 de junio de 2008

Menú de nueve euros

Elvira Lindo escribe en El Pais de España, sus artículos son divertidos, inteligentes, mordaces, impelables.
Les dejo este para que lo disfruten.

Yo tenía por norma no dar consejos. Lo he llevado a rajatabla hasta hace cosa de dos años. Pero el tiempo me ha arrojado a la madurez y ahora los doy, aun sabiendo que en mi juventud no me sirvieron de nada. A mi actual estado de consejera se une el que aquí, a Nueva York, me llega gente muy joven con la intención de hacerse un hueco en eso que llaman el mundo artístico. Yo, cuando puedo, los disuado. Querer ser artista es, a mi juicio, un error de consecuencias incalculables; el resultado de esa educación que, con la falsa coartada de la igualdad, enseña a las criaturas que lo importante es el deseo, por encima de las capacidades que se tengan para lograrlo. Con Nueva York hay que tener cuidado porque es la ciudad en la que se puede sobrevivir haciendo gilipolleces que no llevan a ninguna parte. De esa avalancha que llega, un uno por ciento (o menos) encuentra una ocupación sólida, la mayor parte regresa a casa, y luego hay una serie de gente que se queda lampando, actores de quinta, artistas plásticos de tercera que exponen en gimnasios, músicos que no llegan ni a pasar el examen que se exige para tocar en el metro. Hace catorce años conocí aquí a uno de esos artistas emergentes, un extremeño que hacía arte con el fax. Sólo con el fax. ¡A él no le hablaras de otro soporte! Era la suya una especialización a cara de perro. Pero la era dorada del fax pasó. No sé si semejantes obras de arte acabarían en la basura, pero mucho me temo que el muchacho, que se tenía por artista conceptual, buscaría otro soporte al que aferrarse. Y a lo mejor tenía razón en su empeño, hay muchos como él que acaban en las bienales del Whitney. Cuando yo era pequeña y decías que querías ser artista la cosa sonaba como a Concha Velasco. Los artistas eran las estrellas del cine, el resto eran pintores, escultores, modistas o escritores. Oficios. Con la ampliación de la palabra "artista" a cualquier actividad que implique algo de imaginación, el término se ha abaratado. Los padres mismos están pendientes de que el niño haga el más mínimo garabato para declarar que les ha salido artista. Imposible meterles en la cabeza que cualquier criatura menor de diez años tiene un talento artístico fuera de toda duda, lástima que el talento se pierda y que lo más común es que el niño artista se convierta en un adolescente amelonao. No, señores, en general, las personas no somos artistas. Mejor nos iría si reserváramos el título para esos tozudos creadores que, no teniendo más pretensión que la de hacer bien su oficio, llevan toda su vida perpetrando obras duraderas. Artista. Prefiero esa palabra cuando la oigo en Valle-Inclán o en la Zarzuela: "¡Artista!", siempre tiene algo de cachondeo en la pronunciación. Una muchacha aventurera, guapa y talentosa me enseñó el otro día la tarjeta que se ha hecho para el tiempo que va a pasar en Nueva York estudiando interpretación. Debajo del nombre había impreso su oficio: "actriz". La pobre notó que torcí el gesto y me dijo, ¿queda un poco hortera, verdad? Y me salió otro consejo: "Pues mira, sí". En nuestros oficios hay que dejar que el tiempo te conceda esa categoría, y no nombrarse a sí mismo como parte de un gremio: nosotros, los actores; nosotros, los poetas; nosotros, los artistas conceptuales. Agggg, la democratización de la palabra "artista" tuvo la culpa. A esa dudosa denominación los jóvenes valientes de la aventura neoyorquina unen una actividad que creen que les hace únicos: todos tienen blog. Fotos y experiencias contadas al instante. Información entorno al Yo sagrado, que parece ignorar que hay miles de Yoes que cuentan lo mismo. Y nadie, menos aún la gente de mi generación que practica el juvenilismo de forma patética, es capaz de afirmar que sólo el tiempo permite narrar una experiencia de forma única. Asumo que suena antiguo. Soy esa mujer de mediana edad que cree que la experiencia es un grado. Lo peor. Soy esa mujer que sobrevive en un mundo infestado de artistas. También soy esa mujer que cree que un cocinero no debiera calificarse como artista. No debiera un cocinero, como he leído, declarar que mientras ellos, los creadores, proporcionan experiencias culinarias, los restaurantes de menús de nueve euros simplemente alimentan. No debiera decirse en un país cuya tradición culinaria se forjó en la escasez. Y esa es nuestra maravilla, no sé si es exportable pero sí envidiable. Se acaba de publicar un estudio sobre el consumo de vino en Nueva York, en él se cuenta que los clientes de los buenos restaurantes son tan esnobs que, por sistema, nunca eligen el vino más barato. El crítico que lo escribe afirma que los exquisitos se han olvidado de apreciar el contexto. Cierto. Un vino italiano barato es el mejor compañero de una buena pasta; un tinto de verano de una paella al aire libre. ¿Es eso sólo alimentarse, cebarse? Los manifiestos debieran reservarse para la defensa de los necesitados; en el caso de los cocineros de altos vuelos, siendo el placer que ofrecen tan prohibitivo para la gente normal, cabe entenderse como una rebelión de los privilegiados que, aunque sea el último grito en rebeliones, puede generarles cierta antipatía entre ese pueblo soberano que rebaña con pan el plato del menú de nueve euros.

12 de junio de 2008

Cambio de vestuario



¿Necesita explicación la genialidad del caricaturista Weil?

11 de junio de 2008

Escenas de mi paraiso particular


Cielo azul, azul profundo, azul suave...



El sol se despide por hoy...

Segunda semana del "IV Ciclo de jazz y nuevas propuestas venezolanas"



ELECTRONICA A LA CRIOLLA
Y JAZZ COOL Y LITERARIO

El viernes 13 se presenta Miguel Noya y el sábado 14 Gonzalo Micó

Un acercamiento electrónico a la música venezolana por parte del tecladista Miguel Noya, y el jazz limpio y maduro del guitarrista Gonzalo Micó, es la oferta del segundo fin de semana del "IV Ciclo de jazz y nuevas propuestas venezolanas" en el Centro Cultural Corp Banca de La Castellana.

El festival se inició presentando el reciente viernes 6 de Junio a Biella Da Costa y el sábado 7 al pianista estadounidense David Kikoski, quien confirmó todos los excelentes comentarios que se hacen sobre su técnica y ejecución.

Así, el evento continúa este viernes 13 con Miguel Noya, uno de los músicos electrónicos venezolanos de mayor trayectoria y que en esta ocasión ofrecerá un recital enraízado en lo criollo. Para ello Noya contará con Juan Carlos Grisal en cuatro y maracas, Darío Sosa en la guitarra eléctrica, Iván Higa en bajo y varios músicos que vienen de grupos del pop y el rock caraqueños como Gaélica y Babylon Motorhome.

El sábado 14 el "Ciclo" continúa con Gonzalo Micó, quien con doce discos editados desde 1982 es el músico venezolano de jazz con mayor número de registros discográficos. El jazz de Micó, que también es profesor de música, es uno limpio, cool y relajado, mas en esta ocasión trae una propuesta más arriba con una agrupación que incluye a Antonio Mazzei en piano, Heriberto Rojas en contrabajo, Willie Díaz en batería, la joven cantante Elys Rendón y textos narrados por Federico Pacaníns que tienen que ver con la poesía beat de a fines de los años cincuenta. Micó además de su guitarra tocará el steel pan trinitario.

El "IV Ciclo de jazz y nuevas propuestas venezolanas" sigue el viernes 20 presentando al sexteto enCayapa con su jazz compenetrado con el folclor y la música popular venezolana; el sábado 21 al trío alemán de free-jazz-punk Hyperactive Kid, y cierra el viernes 27 con la talentosa e inspirada pianista Virginia Ramírez, cuya música marcha a medio camino entre el jazz, la Onda Nueva, el merengue caraqueño, el joropo, lo afrovenezolano, lo afrocaribe y lo brasileño.

Todos los conciertos son a las 8:00 pm a un precio de Bs. F 60,00.

Este año se cuenta con una sesión de "after hours" con descargas y jam-sessions que va a tener lugar con los músicos participantes luego de cada concierto en el Juan Sebastian Bar. El primer fin de semana se dieron unos encuentros de antología en los que participaron Biella Da Costa, David Kikoski, Pablo Gil y otros músicos ligados al jazz caraqueño.

El "Ciclo de jazz y nuevas propuestas venezolanas" se ha venido realizando desde 2005. Es una co-producción de la Fundación Centro Cultural Corp Banca y del periodista y locutor Gregorio Montiel Cupello.

Este año el festival cuenta con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos, el Goethe-Institut, la emisora Ateneo 100.7 FM, el semanario CCS, El Mundo y Movistar.

7 de junio de 2008

Se fue Eugenio Montejo


Se nos fue Eugenio Montejo, su partida deja profundo silencio en las letras del mundo.
Seguirá vivo en mi mientras tenga su poesía a mi lado.

Milagro Puro

Y este milagro de ser aquí la vida
sin saber qué es vigilia y qué es sueño,
hasta que sople la noche y nos apague.
El milagro de verla, de sentirla, y con ella en los ojos, en las manos,
asir lo que nos da, lo que contiene,
para que vaya y vuelva con su música
de lo que soy a lo que eres,
de tus palabras a las mías.
El solo paso palpitante de su sangre
en nuestras venas,
la rotación de su misterio en la galaxia de las cosas,
para que gire la gran rosa en el espacio
y nuestros cuerpo se encuentren en la tierra,
cada cual con el grito de su llama,
cada cual en su tiempo sin tiempo,
hasta que el rayo que llega de tan lejos
por un instante cruce nuestra carne
y nos ate los sueños su relámpago.

6 de junio de 2008

Feliz 25, María Rivas!


Hay muchas cosas que comentar y poco tiempo para sentarse a escribirlas.

Por lo pronto, en dos minuticos, les comento que el concierto de María Rivas anoche celebrando sus 25 años de carrera artística estuvo ¡fe-no-me-nal!!
María se presentó en Corpbanca con un lleno total, hubo gente que tuvo que regresarse a casa porque no cabía un alma en las salas. La acompañó "Liberjazztrío" integrado por Laurent Lecuyer en el piano, Miguel Chacón en el bajo y Eliazar Yánez en la batería y percusión, luego entró Rubén Rebolledo con la guitarra y por supuesto, el maestro de todos los músicos, Gerry Weil no podía faltar, la acompañó con My Funny Valentine, arreglada por el propio Gerry que sonó a gloria.

La forma como fue hilando su concierto fue sencillamente brillante, nos dio un paseo sin tropiezo alguno por toda su carrera y sus ocho discos, siempre afinadísima, con un dominio total de la escena, entregada, (cantó 2 horas 40 minutos) divertida, María Rivas nos regaló una noche inolvidable, con razón Aldemaro decía que ella era la mejor, no se si es la mejor pues en el arte no hay parámetros para medir, pero sin duda, ¡que buena es! Mis mejores deseos para esta artista nuestra y que nos regale otros 25 más.

4 de junio de 2008

Sonrisas

Definitivamente Manuel Vicent es un tío muy brillante y como este blog es para compartir lo que a mi me gusta con ustedes, solo espero que lo disfruten tanto como yo, si no, no ha pasado nada.
Ahí se los dejo.



Sonrisas

Los poderosos están condenados a pasarse la vida viendo dentaduras. A fin de cuentas el éxito no es más que eso: contemplar cómo te sonríe todo el mundo y no cesa nunca de enseñarte las muelas. Hay sonrisas de conejo que sólo muestran tímidamente los dientes incisivos; otras ponen al descubierto también los caninos; otras llegan hasta los premolares y finalmente, cuando el subordinado se entrega por completo al poderoso, le descubre las treinta y dos piezas dentales incluyendo las prótesis, los puentes, las encías, el paladar y la campanilla que baila en el fondo del gaznate. Desde que se levanta hasta que se acuesta, el poderoso no hace sino generar alrededor sonrisas de sumisión, de gratitud, de interés, de codicia o de traición. Sólo los muy resabiados aciertan a distinguir a simple vista qué clase de pasión se esconde detrás de cada dentadura abierta, lo mismo que el dentista adivina enseguida la muela averiada con sólo pasar un espejo por el interior de la boca. Cualquier mortal nace entre sonrisas, pero a medida que crece, aquellas que recibió de niño en la cuna de forma gratuita, debidas al amor de la familia, comienzan a apagarse y a determinada edad desaparecen del todo. Hay gente con mala fortuna que a lo largo de su vida sólo verá los colmillos del jefe cuando le gruña como un mastín; en cambio, algunos privilegiados serán recibidos con una rueda de dentaduras resplandecientes a dondequiera que vayan, algo que sucederá ineludiblemente mientras tengan éxito o poder. Aquí radica el nudo de la cuestión. Los grandes artistas arden en la hoguera de la propia vanidad y las sonrisas sirven para avivar las llamas. Los banqueros han aprendido por instinto a conocer a los tiburones y cocodrilos que se acercan sonriendo a su despacho. Son de la misma especie y saben cómo defenderse. Pero no ocurre lo mismo con los líderes políticos, que en este sentido son seres indefensos. En el poder o en la oposición están condenados a contemplar a su alrededor más dentaduras que un dentista y al final corren el riesgo de no saber distinguir las auténticas de las postizas. Un político inteligente es aquel que desde el primer momento descubre la sonrisa que desarrollará los colmillos de Drácula a la espera morderle la yugular un día.